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23.1.15

CINE MUDO


Antes de suicidarse el tío Antonio dejó una grabación en un sobre marrón.
En ella, según explicaba sucintamente en el sobre de papel madera escrito con marcador verde, hacía un reparto detallado de todos sus bienes, una fortuna considerable.
Cuatro días después del velorio la familia se reunió para ver el video en  casa de una de las hijas.
Allí estaban todos: la viuda, sus cuatro hijas y los yernos, dos hermanos, el cuñado, una prima lejana que acariciaba la esperanza secreta de ligar algo, y dos nietos que creían que verían un video de los Simpson.
Ni bien apareció en la pantalla la imagen del difunto, la viuda y las hijas no pudieron contener el llanto, hubo que poner pausa y calmarlas.
Una vez calmadas, apretaron  nuevamente play y  apareció la imagen adusta del tío Antonio, meticulosamente peinado, con su mejor traje negro y corbata azul, sentado junto a la mesita del living y mirando la cámara que seguramente había colocado en el aparador.
Miró  como si los estuviera viendo y comenzó a hablar.
-          Levantá el volumen nena que no escucho nada.- dijo la viuda en un suspiro.
-          Esto no funciona – dijo Elenita mientras apretaba el botón del volumen.
-          Siempre la misma inútil- sentenció el marido mientras le sacaba el control remoto y comenzaba a manipularlo.
Desde la pantalla el tío Antonio gesticulaba, seguramente realizaba una enumeración porque había tomado el dedo índice de su mano izquierda entre los dedos índice y pulgar de la derecha y los movía como si quisiera arrancar el dedo de la izquierda.
-          ¡Que porción de boludo! No  grabó la voz…- dijo el hermano mirando al cielorraso.
-          Es que Antonio era muy despistado, más con estos aparatos modernos…- justificaba  la prima.
-          No entiendo como no escribió una carta como hace todo el mundo que se suicida, ¡que desgraciado!...¡Es para matarlo!- afirmaba la viuda fuera de sí.
-          Miguelito sabe una bocha de estos aparatos, ¿quieren que lo llame?- propuso el cuñado
-          Ma que Miguelito ni Miguelito, si no grabó la voz no la grabó, lo hizo sin sonido, cine mudo ¿capische?. Furibundo espetó  el hermano.
-          ¡Ya lo tengo!- dijo Mariela la menor – llamemos a la peluquera que es sordomuda y te lee los labios a la perfección.
La peluquera era una señora delgada y nerviosa, con cara de gallina, había ensayado en su testa una variedad de peinados y colores. Hablaba con una voz destemplada  que recordaba a un silbato.
Mariela la trajo  la tarde siguiente, todos  nuevamente reunidos frente al televisor  la miraban con devoción.
Leyó los labios del finado en su largo  discurso póstumo. Elenita anotaba todo en un cuaderno Rivadavia a rayas: “…la casa quinta para Silvita, la camioneta para mi hermano José, el depto en Pinamar para Marielita, la casa de Palermo para Elena, para vos Sara esta casa y las finca en Mendoza, para…”
Una vez que  la peluquera terminó su trabajo de lectora  de labios, nadie dijo una palabra, entonces saludó respetuosamente a todos y se retiró.
Cuando se cerró la puerta tras la peluquera el silencio era una sustancia densa y pringosa.
Elena con vos tímida, apenas perceptible empezó a ensayar una frase
-No lo tomen a mal, pero… que se yo…y si hacemos otra consulta.-dijo-no sé, no es que desconfíe pero…no nos vamos a pelear por plata…somos familia…
-Yo siempre le decía cuando hablaba- rememoró  la viuda- sacate la papa de la boca Tonio…no se tentiende nada no se tentiende.
Finalmente decidieron hacer otra consulta, esta vez recurrieron a un profesional, un fonoaudiólogo, experto en  lectura de labios. Un hombre bajito que lucía una corbata celeste rabiosa. Una dentadura inmaculada más grande que su boca parecía sonreír constantemente.
Otra vez la misma reunión frente al televisor. Otra vez el cuaderno a rayas y Elenita anotando. Todos observaban los labios del tío Antonio en la pantalla como quién intenta descifrar un jeroglífico.
Han transcurrido doce años desde la primera reunión con la peluquera sordomuda. El tiempo vuela.
 Hoy hay alrededor de setenta y tres versiones distintas  del discurso póstumo  del tío.
Casi todos los miembros de la familia se han distanciado por esas interpretaciones dispares, muchas antagónicas.
Juicios, apelaciones y sentencias van sumando hojas a esta historia.
Los abogados de cada uno rescatan partes del botín que por supuesto queda atascado en sus propios bolsillos.


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