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22.10.09

Theo Jansen

Creo que el arte es un modo de estar vivos, una forma de relacionarnos con nosotros mismos, con los otros, con el cosmos.
Por eso, para todo aquel que tiene una actitud artística es casi imposible establecer fronteras, límites. Dibujar, escuchar jazz, bailar, leer el Quijote, comer un pastel, mirar un pájaro…todo puede estar atravesado por esa actitud que lo ilumina de manera diferente.
Cuando vi estos “animales” del escultor holandés Theo Jansen pensé en mi infancia, en los barriletes que fabricaba mi viejo con caña y papeles de color para después remontar en una brisa. Pensé en todo eso que hace que un poema sea algo más que un conjunto de palabras.

14.10.09

Vampiros

Dejan señales en la calle, huellas dejan, gotas de sangre sobre el pavimento, gotas de sangre sobre las baldosas, negras gotas que la lluvia borrará. Los vampiros las encuentran como a una moneda, ávidos siguen ese sendero, a veces se pierden entre los pasos de apurados peatones, en el tráfico espeso de avenidas, preguntan a transeúntes que siempre responden con un gesto indiferente.
Los vampiros miran el suelo donde vieron la última gota, se esfuerzan en descifrar esa caligrafía del azar, si es mas densa hacia ese costado quiere decir que el goteante cruzó hacia aquella acera, si se estrella de esta manera significa que está cansado, si la sangre seca brilla con reflejos violáceos delata que es adicto al ajenjo, los vampiros tienen el ojo entrenado.
Esa confianza los pierde. Será tarde cuando descubran que están en una trampa, sabiamente tejida por una mujer cazadora.
Será tarde cuando descubran el engaño, porque en ese instante una estaca de madera de ciprés les atravesará el corazón con tres golpes secos de un martillo de regular tamaño.

Las cazadoras de vampiros son una secta de origen incierto, su principal objetivo es exterminarlos. No se sabe qué las mueve, es muy poco lo cierto aunque circulan leyendas disparatadas. Algunas resuman connotaciones religiosas, otras hablan de antiguos ritos sexuales teñidos por cierta escuela oriental. Los escépticos las consideran el fruto de imaginaciones perversas de oscuros poetas.
Dicen que son mujeres hermosas y sagaces, disimuladas en ignotas recepcionistas, amas de casa laboriosas, serias cajeras de supermercado, doctoras especializadas en materias importantes y otras diversidades. En otra época fueron el combustible de fogatas.
Los vampiros saben de ellas tanto como las moscas sospechan la existencia de las arañas.


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1.10.09

El lobo estepario

Debo tener algún gen levemente alterado que de vez en cuando me incita a vivir extrañas experiencias. Tal vez por eso acepté aquel proyecto de dibujar una especie de comic de largo aliento.

Era la biografía de Hermann Hesse cuyos libros fueron en mi primera juventud el equivalente a un ritual de iniciación. La historia escrita con sensibilidad e inteligencia por Gonzalo Carranza abarcaba toda la vida y los libros de Hesse. En la misma colección habían publicado una biografía de Kafka ilustrada por Robert Crumb.




Hice todo el ritual que hago cuando comienzo un trabajo: ordenar y limpiar mi mesa de dibujo, buscar toda la documentación posible, cortar una buena cantidad de papeles según el formato que voy a utilizar, un buen frasco de tinta china, acomodo las plumas, plumines pinceles, reglas, tijeras etc.Hasta que un día o una noche comienzo
A medida que pasaban los días y dibujaba, comencé a tomar conciencia que me había metido en un trabajo infinito.
Pensaba en la paradoja que alguna vez describió Zenón de Elea sobre la imposibilidad de avanzar: si alguien que está en el punto A quiere llegar al punto B, antes debe llegar a la mitad de esos dos puntos, pero para ello debe antes recorrer la mitad de esa mitad, aunque antes de esto debe completar la mitad de…





Cuando iba por la página 73 cavilaba sobre las bondades del suicidio (hace tiempo que planeo un libro de autoayuda al suicida) pensaba en el contrato firmado y el adelanto ya gastado.

Afuera la primavera me llamaba y yo estaba encadenado a la mesa de dibujo, sumergido en un vivo kilombo de papeles a medio dibujar, frascos con pinceles sucios, cuadernos con bocetos, hojas del guión subrayadas, libros, copas vacías,viejas tasas de té donde crecían colonias de hongos verdosos. En estos casos mi mesa de trabajo es una radiografía de mi mente.




Por supuesto el amable editor había comenzado a preocuparse y llamaba preguntando cuando entregaría el trabajo terminado. Yo le aseguraba que mañana, que el fin de semana, que el próximo lunes, que mis hijos estaban internados, que mi gato había desaparecido, que mi mujer estaba grave…



Hasta que un día llegué a la página 174, no lo podía creer, había completado el guión, sefiní. Cuando observaba la gruesa pila de dibujos que había realizado me sentía un genio incomprendido.

Hoy, diez años después, a veces me cruzo con el libro en alguna librería, entonces recuerdo aquel adagio que dice: “los médicos entierran sus errores, los dibujantes los publican”.